El principal ecosistema de la Región Caribe sigue perdiendo sus glaciares, al punto que la Fundación ProSierra Nevada considera que en 2040 no existirán. En riesgo, la producción de agua de 30 ríos y de alimentos.
La tradición de los indígenas arhuacos dice que la parte glaciar de la Sierra Nevada de Santa Marta es el lugar donde se originaron la vida, la sabiduría y las leyes. Sus cumbres son consideradas por los aborígenes como personas y guardianes de honor.
Hoy, este páramo se encuentra en un proceso de desvanecimiento que en el futuro cercano producirá funestas consecuencias a la biodiversidad de toda la región y del mundo.
Todos están preocupados, pues el deshielo avanza aceleradamente y pronto las nieves desaparecerán de este macizo intertropical. Los ríos padecerán y el agua para el humano escaseará.
Un informe de la alta montaña del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam) y la Universidad Nacional (UN) sobre la proyección de pérdida de glaciares en Colombia, señala en el caso particular de la Sierra Nevada de Santa Marta que anualmente pierde 1,3 por ciento de su casquete de hielo.
Amado Villafaña Chaparro, indígena arhuaco, nació y creció en la gigantesca montaña. Conoce cada rincón, desde la parte más alta hasta la zona costera. “Nosotros –afirma– no medimos con un metro, sí sabemos que se ha perdido más de la mitad de los glaciares y la zona de nieves”.
En los últimos años, Villafaña, al frente de un grupo de jóvenes indígenas de su etnia, se ha dado a la tarea de mostrar, entre otras cosas, la destrucción de la Sierra a través de fotografías y documentales que produce el Centro de Comunicaciones Zhigoneshi que él dirige.
“Tengo –lamenta– una fotos de octubre del año pasado donde hay áreas del pico Colón que era nieve perpetua y ahora solo la nieva se da cuando neva y en verano eso está pelao. Eso lo genera el cambio de clima tan desordenado que tenemos”.
Vienen 25 años difíciles. El mismo estudio del Idean y la UN, analizado por el Sistema de Información de la Fundación ProSierra Nevada de Santa Marta, arroja que entre 1986 y 2002, la pérdida de hielo fue de 3,67 por ciento, lo que indica que de continuar así para 2040 la cobertura nevada “dejaría de existir”.
“El problema es general; nosotros estamos maniatados ante el deshielo porque el calentamiento global llegó para quedarse”, reconoce con impotencia Lucas Echeverri, director de la Fundación.
Manifiesta, sin embargo, que aunque es poco o nada lo que pueden hacer para detener este fenómeno natural, “hay que trabajar en otros frentes de recuperación”.
“Lo que se haga debe comprender una solución global integral”, afirma Echeverri. Opina que no es solamente recuperar el bosque, sino “todo lo que hay en la montaña” y dentro de ese propósito para él “lo más importante es detener la deforestación y hacerle mantenimiento a los páramos”.
Según el informe de ProSierra, los siete páramos que tiene Colombia abarcan 1.661.400 hectáreas, de los cuales la Sierra Nevada de Santa Marta, con 85 mil hectáreas, representa el 5,1 por ciento.
El de mayor extensión es el Cocuy, con 1.120.000 hectáreas, con un 67 por ciento; seguido por el Sumapaz, con 205 hectáreas (12,3 por ciento), y el Nevado del Ruiz, con 101 hectáreas (6,1 por ciento).
Desde el respeto que por años han exigido los arhuacos, wiwas, kogi y kankuamos, que habitan en la Sierra, Villafaña dice que para salvarla el “hombre blanco” debe entender que hay un “problema muy grande por lo que llama desarrollo”, generado a través de la explotación de recursos naturales en las minas carboneras y las canteras y la tala de bosques. “Eso es lo que produce todo este cambio climático”, expresa.
“El hermano menor, el hombre blancos, no puede seguir con la etiqueta del desarrollo dañando la naturaleza. Se necesita un cambio de actitud de todos. La gente debe dejar de desafiar, maltratar, la naturaleza para evitar estos cambios climáticos que van aceleradamente”, insiste el vocero indígena.
Escaseará el agua. Mauricio Montaña, ingeniero topográfico y especialista en desarrollo sostenible y medio ambiente, dice que si bien el deshielo es un proceso de hace más de 100 años, anota que “en las últimas dos décadas es cuando más se ha agudizado”.
Advierte que por esta razón habrá una “reducción sustancial en la disponibilidad y calidad del agua”, debido a que el desequilibrio en la cobertura del glaciar producirá la desaparición de muchos afluentes.
“La nevada determina el recurso del agua y de los pueblos en general”, asevera.
Aunque en el macizo intertropical nacen 30 ríos principales y un gran número de quebradas que abastecen a 17 municipios –además de veredas y corregimientos– en la parte baja de los departamentos de Magdalena, La Guajira y Cesar, los afluentes que tienen su origen en el páramo son el Palomino, que recibe el 25 por ciento de la nieve; el Guatapurí, el 8 por ciento, y el Aracataca, el 67 por ciento.
Según Montaña hay que “trabajar en una política de ordenamiento, desde un concepto diferencial”.
El director de la Corporación Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag), Orlando Cabrera Molinares, dice que preparan un convenio con la Fundación Humboldt para la delimitación de los páramos de la Sierra Nevada, con el fin de “darles una mejor protección”.
“El problema –admite Cabrera– es grave. Es un fenómeno nacional difícil de detener”.
Lo que viene. El biólogo y consultor ambiental Alfonso Escobar Nieves llama la atención sobre que entre los ecosistemas “más vulnerables” al desequilibrio ecológico, ocasionado por el cambio climático, está la Sierra Nevada.
Tras explicar que esta forma parte de los nevados que han sufrido una “mayor deglaciación”, Escobar recuerda que entre 1857 y 1997 perdió 71,5 kilómetros cuadrado de hielo. Su área –anota– en 2008 era de 11,2 kilómetros cuadrados, por lo que prevé, como lo dice la Fundación ProSierra, que “al 2040 ya no exista nada”.
La desaparición de los nevados producirá la alteración del ciclo hidrológico debido a una mayor evaporación del agua. “Habrá –alerta Escobar– recesión de las tierras húmedas, retroceso de los bosques, cambio en los hábitat, pérdida de la riqueza de las especies y genes promisorios para la humanidad, al igual que el desplazamiento de la actividad agropecuaria hacia los ecosistemas frágiles de la alta montaña”.
Explica el biólogo que los municipios del Magdalena que extraen sus aguas de los ríos que dependen del deshielo natural de los glaciales de la Sierra, como el Ariguaní, Palomino, Aracataca, Fundación, Don Diego y Buritaca, enfrentarán un “gran desafío para buscar fuentes alternativas” que les aseguren el suministro del vital líquido.
Hoy la Sierra Nevada surte de agua a cerca de 1,5 millones de personas.
Villafaña recuerda que ya Santa Marta padece los rigores de esta escasez. “Un hombre se enamora de una mujer y le pueden decir que ella no le conviene, pero él desafía todo. Así hay hombres blancos que están enamorados de la plata, por eso no les importa las consecuencias que vamos a sufrir todos por los daños que ellos producen por acumular riqueza”, dice el arhuaco.
Panorama de los picos Colón y Simón Bolívar, en 1984.
Panorama actual de los picos Colón y Simón Bolívar.
Menos alimentos. Paralelo a la escasez de agua, Amado Villafaña reflexiona sobre los problemas que van a generarse en la producción de alimentos. Hoy en la Sierra hay dificultades para cultivar lo que, indígenas y colonos, han sembrado por años.
Allí producían abundante caña de azúcar, aguacate, granos de diferentes especies, café de calidad excelsa, papa, y una gran variedad de frutas. “El aguacate está desaparecido por un hongo que lo afecta”, revela el indígena.
Recalca que el estar expuestos a los cambios bruscos climáticos, a que si llueve o no, afecta la “seguridad alimentaria de los pueblos, no solo los nuestros sino a los de municipios cercanos y a capitales como Santa Marta, Barranquilla, Valledupar y Riohacha”.
Al respecto, expresa que “no podemos negar” que entre la población infantil indígena “hay desnutrición”.
“Los cambios bruscos del clima significan pérdidas de cosechas”, comenta Villafaña y muestra preocupación cuando comenta que ellos no cultivan “con sentido comercial” sino que lo hacen para sostener a sus familia y si una de estas no logra una buena cosecha, tendrá “dificultades para comer”.
Perjuicio para todos. “Lo que está sucediendo en la Sierra uno no puede verlo de una manera pequeña. Es un grave error”, advierte Villafaña Chaparro. “Un cambio climático –recuerda– afecta a todos por igual. No pueden pensar que la afectación es nada más para los que vivimos aquí. No. Por eso decimos que la Sierra Nevada es el corazón del mundo y si hay un descongelamiento las consecuencias las sufrimos todos”.
Ante lo que está sucediendo, el biólogo Alfonso Escobar se duele de que las “maravillosas fotos” de las nieves perpetuas de la Sierra Nevada que fueron tomadas hace años por un escalador extranjero, “hoy son cosas de su pasado esplendoroso, que evidencian la tragedia actual que padecen nuestros nevados”.
“Son reliquias históricas –comenta– que deben instalarse en los museos de las ciudades, como prueba para las generaciones futuras de lo que fue la majestuosidad de nuestros picos nevados”.
En su llamado de atención para salvar los ecosistemas, Amado Villafaña manifiesta: “Los indígenas creemos que todos venimos a la tierra de paso y no sabemos por qué quienes buscan acumular tanta riqueza destruyen todo si están de paso. Entonces lo que deben es dejar un bienestar para los que vienen”.
Todas estas advertencias deben generar, tanto en el Gobiernos Nacional como en los departamentales y municipales, acciones inmediatas para no lamentar en el futuro que nada se hizo por salvar la Sierra Nevada y para que al final las fotos de lo que fue no terminen sirviendo “de epitafio a lo que pudimos proteger y no lo hicimos”, como dice el biólogo Alfonso Escobar.
Reserva del hombre
La Sierra Nevada de Santa Marta es la montaña costera más alta del mundo. A solo 42 kilómetros de la costa del mar Caribe se eleva abruptamente y alcanza una altura de 5.775 metros en sus picos Colón y Simón Bolívar, los más altos. Su superficie total –que cubre los departamentos del Magdalena, Cesar y La Guajira, 17 municipios, dos parques naturales y dos resguardos indígenas– es de 17.000 kilómetros cuadrados.
Por su significativo valor como ecosistema natural y su relevancia histórica, en 1980 la Unesco la declaró Reserva del Hombre y la Biosfera.
En sus diferentes pisos térmicos es posible cultivar desde caña de azúcar, maíz y aguacate, en la parte caliente, hasta café, en la templada, y papa, habas y otros granos, en la fría. 30 ríos nacen en el macizo.
100.000 indígenas, de las etnias arhuaca, wiwa, kogi y kankuama, viven hoy en este territorio que ellos consideran “sagrado”. En tiempos prehispánicos allí habitaron los indios tayronas.
Fuente: El Heraldo