Santa Marta DTCH

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lunes, 29 de diciembre de 2014

Santa Marta mágica y bella



Los vimos desde la ruta. Una fugaz aparición que sería la única en todo el viaje. Era un grupo de indios kogui vestidos con los típicos atuendos blancos, las melenas negras y llovidas sobre los hombros, las carteras tejidas —de las que ningún indígena se separa—colgando en bandolera.

Bajan poco al pueblo. Están replegados en la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre las faldas milenarias de la montaña costera más alta del mundo (5.775 metros), en medio de una selva húmeda y densa. En esa misma montaña tropical —insólitamente coronada con nieves eternas y glaciares— se alza, a 1200 metros, la Ciudad Perdida, también conocida como el Machu Picchu colombiano.

Son cinco o seis días de caminata exigente en la selva (ida y vuelta, con guía), entre cascadas y puentes colgantes, para llegar hasta este sitio con reminiscencias de Indiana Jones. Si alguno se lo pregunta, vale la aclaración: el camino dejó de ser campo de batalla de guerrilla y paramilitares (en 2003, el Ejército de Liberación Nacional secuestró a 8 turistas extranjeros que se dirigían a Ciudad Perdida; todos fueron liberados tres meses después) y hoy es territorio seguro.

Más allá de los soberbios paisajes que regala el trekking, el santuario arqueológico de Teyuna (en lengua autóctona), Buritaca 2000 (nombre técnico entre arqueólogos) o Ciudad Perdida (para el común de los mortales) vale todos los esfuerzos, incluidos humedad, mosquitos, campamentos precarios o barro.

Las ruinas del gran imperio de la civilización tayrona —cuyos descendientes son los koguis, wiwas, arhuacos y kankuamos— comprende un complejo sistema de construcciones, caminos, escaleras, canales de agua y unas 250 terrazas circulares que servían para vivir, trabajar y oficiar las ceremonias religiosas.

La ciudad, construida hacia el año 700, fue el centro urbano más importante entre los 250 asentamientos indígenas descubiertos hasta el momento en Sierra Nevada. Llegó a contar con 3000 habitantes, que de a poco se fueron diezmando con las guerras y enfermedades que trajeron los conquistadores en 1525. Después de pasar 400 años bajo un manto de barro, vegetación y olvido, Ciudad Perdida fue descubierta en 1975 por un guaquero, como se conoce a los saqueadores de tumbas. Un año más tarde llegó el Instituto Colombiano de Antropología que, además de terminar con el comercio ilegal de piezas, inició el trabajo de recuperación y restauración del sitio.

Descubrir es un decir, porque las tribus locales conocían el lugar pero habían guardado silencio. Temían la llegada masiva de turistas, la alteración de un modo de vida que casi no ha cambiado desde la era precolombina y la destrucción de la ciudad sagrada de los tayrona. 

Tayrona, la estrella.
Si Ciudad Perdida es un destino de creciente popularidad, la estrella indiscutida del turismo en Santa Marta (que de a poco se sacude su pasado portuario e industrial) es el Parque Nacional Tayrona.

A 34 kilómetros de la ciudad, a orillas del Caribe y a los pies de Sierra Nevada, este territorio protegido de 20 mil hectáreas ofrece la opción de hacer trekkings cortos o de varias horas (todos de baja dificultad) por senderos húmedos que serpentean entre manglares, bahías, playas desiertas y selva. Le dicen selva, pero lo correcto sería bosque tropical lluvioso. Los aguaceros son comunes y también tropicales: duran minutos y enseguida sale el sol, implacable. La diferencia es la brisa fresca, que no sopla desde el mar sino que baja de la montaña.

Como en un cuento repetido, al paraíso colombiano llegaron primero los hippies. Creado en 1964, el parque fue hasta fines de los 70 el huerto que abasteció de marihuana a Estados Unidos (el mito cuenta que casi toda la marihuana de Woodstock salió de aquí, y que la plantas con hojas de siete puntas se veían a simple vista). Hoy llegan miles de visitantes al año, en la zona de Cañaveral hay cabañas de lujo (los ecohabs, con jabones L'Occitane y plasmas con TV satelital, a US$ 450 la noche), de la bonanza yerbatera sólo quedaron los recuerdos y la playa de Cabo San Juan ya no es ningún secreto. Pero Tayrona no se alteró más allá de esto. Las palmeras siguen saliendo del mar tibio, las playas son igual de solitarias, la vegetación conserva su pureza primitiva y los animales salvajes —monos aulladores, tucanes, reptiles y hasta jaguares— no se fueron.

La primera caminata termina en Arrecifes, una zona de carpas y hamacas a tres kilometros de la entrada al parque. Es una playa de mar bravo y revuelto, donde un cartel advierte que murieron más de 200 personas en esas aguas. Para quitarse las ganas del chapuzón (porque ante semejante cartel sólo los que quieren salir en las páginas policiales se animan al baño) basta seguir un poco más hasta la siguiente parada, La Piscina, una playa de mar turquesa y ni una ola, con un puesto de venta de arepas de queso o huevo por el que no pasa nadie de largo.

Finalmente se llega al cabo San Juan del Guía, cuando muere el sendero. Además de sus espectaculares bahías hay un mirador de madera para tomar fotos de los llamados siete azules del mar.
 
La huella india de tarionaka
Pasando el Parque Nacional Tayrona, 57 kilómetros al Norte de Santa Marta y por una ruta en la que se vende (ilegalmente) nafta venezolana, se llega al destino más reciente y menos conocido: Taironaka.

Menos conocido por el turismo, eso sí, porque este espectacular rincón de selva sirvió de locación para filmar La misión, hace casi 30 años (1986). Pero fue recién en 2008 cuando Francisco Ospina Navia —legendario capitán y ecologista, fallecido en 2010—, que había comprado las tierras para cultivar flores, desenterró de casualidad vestigios de antiguos caminos, canales y terrazas construidos hace más de 2000 años por los tayrona. Entonces replanteó el negocio y reconstruyó las 8 terrazas de piedra, levantó una réplica de una casa tayrona (que los kogui usan actualmente para reunirse) y abrió un museo para exhibir piezas pertenecientes a los tayrona, desde flechas con veneno de rana hasta collares de cornalina.

Para los que no puedan, o no quieran, hacer los 5 días de trekking hasta el centro sagrado de Sierra Nevada, esta mini Ciudad Perdida permite acercarse a la antigua civilización indígena en tan sólo 40 minutos de trekking. Pero el plus del centro arqueológico está en los paisajes que lo rodean: las aguas del río Don Diego que bajan prístinas desde Sierra Nevada, las heliconias que crecen rojas y silvestres, los árboles que descuelgan sus ramas hasta rozar el agua. Aunque la idea es caminar, también se puede ir en lancha (15 minutos desde el embarcadero) hasta Taironaka, por ese mismo río del color de la hierba fresca y prácticamente encerrado en un cañón de vegetación. *La Nación/GDA
 
DATOS PARA PREPARARSE
- Parque Nacional Tayrona. Desde el centro de Santa Marta salen buses cada media hora hacia la entrada al parque, por US$ 5 por persona. La entrada al parque es de US$ 19 por persona.

- Taironaka. Kilómetro 56,6 Troncal del Caribe. El lugar ofrece alojamiento en cuatro cabañas (9 habitaciones en total), con baño privado y paneles solares, por US$ 53 por persona, por noche.

- Ciudad Perdida. Hay que ir obligatoriamente con un viaje organizado por alguna de las cuatro empresas que gestionan la ruta: Magic Tour, Turcol, Expotur y Guias y Baquianos Tour.

Fuente: El Pais

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