Vino por primera vez a Santa Marta, el 16 de diciembre de 1994, de incógnito, vestido con un liquiliqui verde desteñido. Parecía un beisbolista sudoroso al final de un partido al atardecer. A pesar de los vientos adversos de aquellos días tensos, lucía radiante y eufórico. Traía una ofrenda floral a Simón Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Llegó acompañado de cinco jóvenes simpatizantes del movimiento bolivariano, y su presencia no pasó desapercibida, pese a los pasos discretos y sigilosos en Santa Marta.
Algunos militares del Caribe colombiano se enteraron de la presencia de Chávez en la ciudad y empezaron a llamar a Zarita Abelló, anfitriona del comandante. Un general ortodoxo y enfático que sentía animadversión por Chávez, llamó a la Quinta de San Pedro Alejandrino y en tono intimidante dijo que había que sacarlo de allí. Zarita respondió de manera certera: “Nadie puede impedirle a Chávez que venga a la Quinta de San Pedro Alejandrino a traer una ofrenda floral al Libertador”. La tensión creció y el comandante se enteró del asunto. ¿Hay algún riesgo en la Quinta de San Pedro Alejandrino? En absoluto- respondió Zarita. Este es un lugar neutral. Y tal como fue la voluntad de Bolívar: en este lugar hay un espacio para cualquier ciudadano de los países bolivarianos”. Chávez esperó hasta el 18 de diciembre de ese año para colocar su ofrenda al Libertador, luego de las tensiones originadas en Santa Marta.
Recorrió la Quinta de San Pedro Alejandrino, extasiado y conmovido.
Miró el libro de visitas a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Y escribió con su mano izquierda: Hugo Chávez.
Una espada de recuerdo
Al regresar en 1998 como Presidente de Venezuela, Chávez se quedó mirando a un grupo de generales en la Quinta de San Pedro Alejandrino, y le dijo al presidente Pastrana: Algunos de esos generales se oponían a mi presencia aquí en este lugar hace cuatro años cuando vino en diciembre de 1994.
Esta vez desenvainó una espada y elevándola al cielo que era un regalo para el museo de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Era una réplica de la espada de Bolívar. Le preguntó a Zarita Abello qué obra quería construir en su Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. Ella dijo: Un auditorio. ¿Cuánto vale hacer ese auditorio? La directora le enseñó el área en donde construirán el auditorio, cuyo costo ascendía a dos millones de dólares. Chávez dijo de inmediato: Nosotros financiamos ese auditorio”. Lo dijo e hizo efectivo mil millones de dólares, la mitad del costo de la obra a la Fundación Museo Bolivariano, aporte que se hizo efectivo en 2007, luego de relaciones tensas entre Colombia y Venezuela. El auditorio con capacidad para setecientas personas, con jardines y terrazas y tecnología moderna y con traducción simultánea, se convertirá en el Centro de Convenciones Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. La otra mitad prometida no pudo hacerse efectiva, porque bajo el presidente Uribe las relaciones entre los dos países llegó a extremos insostenibles, y al enterarse de esta donación se opuso radicalmente hasta el punto que cuestionó la presencia de Chávez en Santa Marta. Mientras eso pensaba Uribe, el ex presidente Belisario Betancur le dijo a Zarita Abello que “aceptara la donación”. Hoy la culminación de esa obra binacional forma parte del interés del actual presidente Santos.
En agosto de 2010
La gente lo estaba esperando como a un héroe. En un instante hizo parar el vehículo oficial en el que iba, y salió a abrazar a la gente que lo saludaba en el camino rumbo a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Era el 10 de agosto de 2010. En el corregimiento de Gaira salió al encuentro con los vecinos que lo aclamaban como si fuera un samario de vuelta. En el barrio La Lucha, cargó al niño Luis Santiago Sierra, de 9 meses. Había un aire de tensión y de expectativa en las relaciones binacionales. El presidente Santos, más tranquilo y conciliador, lo trató familiarmente. El semblante prevenido de Chávez empezó a relajarse y a sentirse en casa.
Una artista bolivariana
Zarita Abelló, la directora y fundadora del Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo, ha liderado su proyecto artístico sin ningún matiz político y ha tenido un criterio plural en la selección de lo más representativo del arte que involucra a los países bolivarianos. Luego de veintisiete años, el museo es uno de los más estables y organizados de Colombia. Ha sido una obra de constancia ejemplar y devoción por las artes. Allí impulsa la Trienal Internacional de la Acuarela, y proyecta el desarrollo de las artes en los cinco países. Ser anfitrión de Chávez en aquel diciembre de 1994 le generó conflictos entre dirigentes conservadores y ortodoxos que no admitían la presencia del comandante, hasta el punto que un presidente hizo todo lo posible para desvincularla de ese cargo en el museo, cuestionándola por el regalo que hizo Chávez a Santa Marta. Zarita con su dimensión humanística y su visión artística, ha explicado que se trata de una obra que trasciende lo político y se constituye en una lección de integración. Además de gestora cultural, ella es una consagrada acuarelista samaria. La obra fue diseñada de manera gratuita por el arquitecto samario Luis Ignacio Diazgranados Villarreal, y se erige en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en el proceso de culminación.
A solas con Bolívar
Hugo Chávez entró a la habitación en penumbras en donde murió Simón Bolívar. Inclinó su cabeza y se quedó enmudecido viendo la soledad de aquella cama pequeña. Las ramas de los árboles se agitaron, bajo el aliento cálido y húmedo del rocío del atardecer. Era como si el tiempo no hubiera pasado. El viento entró y golpeó suavemente su rostro. Preguntó a Zarita Abello por los árboles del bosque primario de la Quinta de San Pedro Alejandrino, que debieron consolar por instantes a Bolívar, en medio de su agonía. Ella le dijo que algunos árboles se conservan desde aquellos días. Tuvo la intuición que algunos de esos árboles extrañaban con su soledad estremecida, el espíritu de aquel hombre irrepetible que visionó la unidad del continente. Hugo Chávez se acercó a la cama, con las manos en posición de orante. Y salió luego de la habitación con los ojos humedecidos.
Epílogo
Los amigos que dejó Chávez en Santa Marta acaban de hacerle una misa oficiada por el Obispo de la Diócesis de Santa Marta, y algunos historiadores de la ciudad como Oliverio del Villar han recordado que fue en esta ciudad y en la Quinta de San Pedro Alejandrino donde se selló la reconciliación entre los dos países.
Algunos militares del Caribe colombiano se enteraron de la presencia de Chávez en la ciudad y empezaron a llamar a Zarita Abelló, anfitriona del comandante. Un general ortodoxo y enfático que sentía animadversión por Chávez, llamó a la Quinta de San Pedro Alejandrino y en tono intimidante dijo que había que sacarlo de allí. Zarita respondió de manera certera: “Nadie puede impedirle a Chávez que venga a la Quinta de San Pedro Alejandrino a traer una ofrenda floral al Libertador”. La tensión creció y el comandante se enteró del asunto. ¿Hay algún riesgo en la Quinta de San Pedro Alejandrino? En absoluto- respondió Zarita. Este es un lugar neutral. Y tal como fue la voluntad de Bolívar: en este lugar hay un espacio para cualquier ciudadano de los países bolivarianos”. Chávez esperó hasta el 18 de diciembre de ese año para colocar su ofrenda al Libertador, luego de las tensiones originadas en Santa Marta.
Recorrió la Quinta de San Pedro Alejandrino, extasiado y conmovido.
Miró el libro de visitas a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Y escribió con su mano izquierda: Hugo Chávez.
Una espada de recuerdo
Al regresar en 1998 como Presidente de Venezuela, Chávez se quedó mirando a un grupo de generales en la Quinta de San Pedro Alejandrino, y le dijo al presidente Pastrana: Algunos de esos generales se oponían a mi presencia aquí en este lugar hace cuatro años cuando vino en diciembre de 1994.
Esta vez desenvainó una espada y elevándola al cielo que era un regalo para el museo de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Era una réplica de la espada de Bolívar. Le preguntó a Zarita Abello qué obra quería construir en su Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo. Ella dijo: Un auditorio. ¿Cuánto vale hacer ese auditorio? La directora le enseñó el área en donde construirán el auditorio, cuyo costo ascendía a dos millones de dólares. Chávez dijo de inmediato: Nosotros financiamos ese auditorio”. Lo dijo e hizo efectivo mil millones de dólares, la mitad del costo de la obra a la Fundación Museo Bolivariano, aporte que se hizo efectivo en 2007, luego de relaciones tensas entre Colombia y Venezuela. El auditorio con capacidad para setecientas personas, con jardines y terrazas y tecnología moderna y con traducción simultánea, se convertirá en el Centro de Convenciones Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar. La otra mitad prometida no pudo hacerse efectiva, porque bajo el presidente Uribe las relaciones entre los dos países llegó a extremos insostenibles, y al enterarse de esta donación se opuso radicalmente hasta el punto que cuestionó la presencia de Chávez en Santa Marta. Mientras eso pensaba Uribe, el ex presidente Belisario Betancur le dijo a Zarita Abello que “aceptara la donación”. Hoy la culminación de esa obra binacional forma parte del interés del actual presidente Santos.
En agosto de 2010
La gente lo estaba esperando como a un héroe. En un instante hizo parar el vehículo oficial en el que iba, y salió a abrazar a la gente que lo saludaba en el camino rumbo a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Era el 10 de agosto de 2010. En el corregimiento de Gaira salió al encuentro con los vecinos que lo aclamaban como si fuera un samario de vuelta. En el barrio La Lucha, cargó al niño Luis Santiago Sierra, de 9 meses. Había un aire de tensión y de expectativa en las relaciones binacionales. El presidente Santos, más tranquilo y conciliador, lo trató familiarmente. El semblante prevenido de Chávez empezó a relajarse y a sentirse en casa.
Una artista bolivariana
Zarita Abelló, la directora y fundadora del Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo, ha liderado su proyecto artístico sin ningún matiz político y ha tenido un criterio plural en la selección de lo más representativo del arte que involucra a los países bolivarianos. Luego de veintisiete años, el museo es uno de los más estables y organizados de Colombia. Ha sido una obra de constancia ejemplar y devoción por las artes. Allí impulsa la Trienal Internacional de la Acuarela, y proyecta el desarrollo de las artes en los cinco países. Ser anfitrión de Chávez en aquel diciembre de 1994 le generó conflictos entre dirigentes conservadores y ortodoxos que no admitían la presencia del comandante, hasta el punto que un presidente hizo todo lo posible para desvincularla de ese cargo en el museo, cuestionándola por el regalo que hizo Chávez a Santa Marta. Zarita con su dimensión humanística y su visión artística, ha explicado que se trata de una obra que trasciende lo político y se constituye en una lección de integración. Además de gestora cultural, ella es una consagrada acuarelista samaria. La obra fue diseñada de manera gratuita por el arquitecto samario Luis Ignacio Diazgranados Villarreal, y se erige en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en el proceso de culminación.
A solas con Bolívar
Hugo Chávez entró a la habitación en penumbras en donde murió Simón Bolívar. Inclinó su cabeza y se quedó enmudecido viendo la soledad de aquella cama pequeña. Las ramas de los árboles se agitaron, bajo el aliento cálido y húmedo del rocío del atardecer. Era como si el tiempo no hubiera pasado. El viento entró y golpeó suavemente su rostro. Preguntó a Zarita Abello por los árboles del bosque primario de la Quinta de San Pedro Alejandrino, que debieron consolar por instantes a Bolívar, en medio de su agonía. Ella le dijo que algunos árboles se conservan desde aquellos días. Tuvo la intuición que algunos de esos árboles extrañaban con su soledad estremecida, el espíritu de aquel hombre irrepetible que visionó la unidad del continente. Hugo Chávez se acercó a la cama, con las manos en posición de orante. Y salió luego de la habitación con los ojos humedecidos.
Epílogo
Los amigos que dejó Chávez en Santa Marta acaban de hacerle una misa oficiada por el Obispo de la Diócesis de Santa Marta, y algunos historiadores de la ciudad como Oliverio del Villar han recordado que fue en esta ciudad y en la Quinta de San Pedro Alejandrino donde se selló la reconciliación entre los dos países.