Si hay algún evento que refleja el espíritu de un pueblo, su emoción más íntima, es el carnaval. No solo es el hecho de realizarlo, sino la manera comprometida y mística como se celebra. Las fiestas carnestolendas son el producto de una herencia cultural propia, única y diferenciada.
Pero así como reflejan arraigo a la tradición, también son prueba de la necesidad que tienen los pueblos de romper esquemas e ir más allá.
Durante el carnaval todo se trastoca, el mundo se vuelve otro por unos días. Por eso, la tradición carnavalera de Ciénaga habla tanto de cómo es su gente: transgresora y señorial al mismo tiempo.
Mi relación con Ciénaga es profunda y familiar. Mi abuela paterna, Blanca Noguera, era oriunda de esta ciudad llena de novedades, de extranjeros y de vida. Puerto fluvial y lugar de paso, desde antes de los tiempos del banano guardaba lo mejor de los puertos, el comercio y la cultura. Ciénaga, desde sus orígenes, fue un tesoro del Magdalena viejo. De estos años dorados da cuenta, además de su arquitectura, el arraigo por una festividad alegre y desparpajada como el carnaval, como era mi abuela.
El Carnaval cienaguero está influenciado por la tradición española. Se dice que su origen se remonta casi al momento de la llegada y catequización de Fray Tomás Ortiz a esta población en 1538, y a los misioneros encargados de cristianizar a las poblaciones chimilas, aledañas, en donde encontraron un espíritu alegre y festivo.
Precisamente ese carácter efervescente de estas comunidades nativas, y la mezcla posterior con los esclavos africanos, fue lo que sostuvo la tradición hasta el siglo XX, llevándola a su máxima expresión en los años de la famosa bonanza bananera.
Mucho se ha escrito sobre estas tradiciones, en esta tierra de músicos y escritores. Don José Alarcón, quien escribió sobre la historia de la ciudad haciendo mención a los evangelizadores que trajeron la costumbre española, resalta ese carácter festivo de los indígenas chimila.
También lo hace el poeta y escritor Rafael Caneva, quien desarrolla en su obra Ciénaga en la cultura los detalles de las comparsas y personajes del carnaval, especialmente durante los años de bonanza bananera cuando llegó el esplendor cultural y económico de la ciudad.
Existen hoy numerosas coincidencias entre el Carnaval de Barranquilla –declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco– y el Carnaval de Ciénaga.
Muchos estudiosos afirman que de Santa Marta y Ciénaga se llevaron el Carnaval a la capital del Atlántico. Yo diría que esto responde a la cercanía de las poblaciones, además del gusto por innovar trayendo disfraces y danzas de un lado al otro. Porque, precisamente, el patrimonio inmaterial es dinámico y viaja por vías terrestres y fluviales, y así lo hizo entre los puertos del río Magdalena.
Ahora hay marimondas y otros personajes oriundos de Barranquilla en los desfiles de Ciénaga, pero esta ciudad tiene sus propios personajes y tradiciones: desde las comparsas inspiradas en costumbres indígenas, como La Conquista, a otras que representan animales, como la Danza del Gallinazo y la Caza del Tigre.
Si bien hoy es mundialmente conocido el Carnaval de Barranquilla, y menos famoso el de Ciénaga, hay dos elementos tradicionales que forman parte de la esencia del pueblo magdalenense arraigados en Barranquilla: la guacherna y la comparsa el Caimán Cienaguero, que conmemora la tragedia de una niña que un caimán se llevó y que da cuenta de la relación entre la naturaleza y el hombre, inmortalizada en danzas y cantos típicos.
Más allá de los orígenes, en Ciénaga el carnaval llega con colorido y encanto para transformar a sus habitantes, quienes se entregan a la amnesia colectiva durante varios días porque la razón última de ser es la fiesta en sí misma. Que la tradición no muera y se renueve año tras año para poder conmemorar la transgresión y la ruptura.
FUENTE: SEMANA