Santa Marta DTCH

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martes, 27 de junio de 2017

La tradición cienaguera


Si hay algún evento que refleja el espíritu de un pueblo, su emoción más íntima, es el carnaval. No solo es el hecho de realizarlo, sino la manera comprometida y mística como se celebra. Las fiestas carnestolendas son el producto de una herencia cultural propia, única y diferenciada.

Pero así como reflejan arraigo a la tradición, también son prueba de la necesidad que tienen los pueblos de romper esquemas e ir más allá.

Durante el carnaval todo se trastoca, el mundo se vuelve otro por unos días. Por eso, la tradición carnavalera de Ciénaga habla tanto de cómo es su gente: transgresora y señorial al mismo tiempo.

Mi relación con Ciénaga es profunda y familiar. Mi abuela paterna, Blanca Noguera, era oriunda de esta ciudad llena de novedades, de extranjeros y de vida. Puerto fluvial y lugar de paso, desde antes de los tiempos del banano guardaba lo mejor de los puertos, el comercio y la cultura. Ciénaga, desde sus orígenes, fue un tesoro del Magdalena viejo. De estos años dorados da cuenta, además de su arquitectura, el arraigo por una festividad alegre y desparpajada como el carnaval, como era mi abuela.

El Carnaval cienaguero está influenciado por la tradición española. Se dice que su origen se remonta casi al momento de la llegada y catequización de Fray Tomás Ortiz a esta población en 1538, y a los misioneros encargados de cristianizar a las poblaciones chimilas, aledañas, en donde encontraron un espíritu alegre y festivo.

Precisamente ese carácter efervescente de estas comunidades nativas, y la mezcla posterior con los esclavos africanos, fue lo que sostuvo la tradición hasta el siglo XX, llevándola a su máxima expresión en los años de la famosa bonanza bananera.

Mucho se ha escrito sobre estas tradiciones, en esta tierra de músicos y escritores. Don José Alarcón, quien escribió sobre la historia de la ciudad haciendo mención a los evangelizadores que trajeron la costumbre española, resalta ese carácter festivo de los indígenas chimila.

También lo hace el poeta y escritor Rafael Caneva, quien desarrolla en su obra Ciénaga en la cultura los detalles de las comparsas y personajes del carnaval, especialmente durante los años de bonanza bananera cuando llegó el esplendor cultural y económico de la ciudad.

Existen hoy numerosas coincidencias entre el Carnaval de Barranquilla –declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco– y el Carnaval de Ciénaga.

Muchos estudiosos afirman que de Santa Marta y Ciénaga se llevaron el Carnaval a la capital del Atlántico. Yo diría que esto responde a la cercanía de las poblaciones, además del gusto por innovar trayendo disfraces y danzas de un lado al otro. Porque, precisamente, el patrimonio inmaterial es dinámico y viaja por vías terrestres y fluviales, y así lo hizo entre los puertos del río Magdalena.

Ahora hay marimondas y otros personajes oriundos de Barranquilla en los desfiles de Ciénaga, pero esta ciudad tiene sus propios personajes y tradiciones: desde las comparsas inspiradas en costumbres indígenas, como La Conquista, a otras que representan animales, como la Danza del Gallinazo y la Caza del Tigre.

Si bien hoy es mundialmente conocido el Carnaval de Barranquilla, y menos famoso el de Ciénaga, hay dos elementos tradicionales que forman parte de la esencia del pueblo magdalenense arraigados en Barranquilla: la guacherna y la comparsa el Caimán Cienaguero, que conmemora la tragedia de una niña que un caimán se llevó y que da cuenta de la relación entre la naturaleza y el hombre, inmortalizada en danzas y cantos típicos.

Más allá de los orígenes, en Ciénaga el carnaval llega con colorido y encanto para transformar a sus habitantes, quienes se entregan a la amnesia colectiva durante varios días porque la razón última de ser es la fiesta en sí misma. Que la tradición no muera y se renueve año tras año para poder conmemorar la transgresión y la ruptura.

FUENTE: SEMANA

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