Santa Marta DTCH

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lunes, 27 de enero de 2014

Falcao, el primero de los ganadores



Marzo de 1988. Santa Marta. Olimpiadas escolares. Un niño de apenas dos años y un mes de nacido se inscribe en una carrera atlética. Antes que pedirle tetero a su madre, le reclama acompañamiento para vencer. Practican en el patio de la casa García. Desde la salida hasta el mejor ritmo posible en competencia.

Llega el día de la prueba. Fin del conteo regresivo y los otros niños salen disparados. El pequeño Radamel Falcao hace todo lo que mamá le ha enseñado. En los últimos metros cierra sus ojos y cuando los abre ya está en brazos de la progenitora. ¿Gané? Es lo primero que pregunta. La respuesta intenta evadir la verdad: “Ganaron todos”.
Parece aliviado, pero aparece un familiar de algunos años que lo aterriza. “Fuiste segundo y sólo uno gana. Eres el primero de los perdedores”. El llanto es inevitable. Peor aún, no hay consuelo que valga. De nada vale el abrazo de su héroe, al que ya acompañaba al estadio.

Conocer la derrota marca para siempre a aquel chiquillo. Tanto, que es el punto de partida de una carrera con modelo propio. Saltar a la cancha de la mano de un futbolista profesional resulta premonitorio. Del espigado zaguero no sólo hereda el primer nombre. También la devoción por el balón.

El bate de béisbol se atraviesa en un breve periplo venezolano. No lo hace tropezar. La llegada a Bogotá termina por mantenerlo con guayos y canilleras. Ya en la capital, Radamel padre entiende que su hijo necesita quien le apadrine en el largo recorrido que lo espera hacia primera. El argentino Silvano Espíndola aparece en el camino.

Tiene otro hombro en el cual apoyarse. Sobre todo cuando la frustración asoma. En Millonarios, el equipo que lo enamora para siempre, apenas puede entrenar. La azul y blanca tiene que esperar. Para no cortarle el impulso, Lanceros, modesto equipo de Boyacá, le da el espaldarazo.

Gana aire al foguearse entre jóvenes y adultos. Con tan sólo 13 años, se viste de profesional. El estreno tiene dos particularidades: el otro nombre del equipo es Fair Play. Y el juego limpio lo asume como principio de vida. El lugar donde la etapa amateur termina se llama La Independencia. Esa, justamente, es la siguiente zancada a dar.

Es el momento de seguir solo. La separación cruza fronteras. La pensión de River Plate recibe al adolescente. Los Buenos Aires terminan de formarlo. El Monumental de Núñez se encarga luego de graduarlo. Lo hace con honores. Se acostumbra a las primeras ovaciones. Conoce el triunfo, pero aprende algo más importante, no hay que conformarse.

De Argentina sale hecho un ‘Tigre’. Su voraz apetito lo lleva a atravesar el Atlántico. Portugal lo reta. Él responde. España mide su dimensión. La Madre Patria lo corona. Rompe redes y cintas al cruzar de primero en muchas pruebas. Subir a lo más alto del podio es imagen multiplicada. Se valoriza y el glamour de Mónaco termina seduciéndolo.

Ese espíritu ganador contrasta en la Selección. Le cuesta al comienzo repetir con su país lo que ya es costumbre en clubes. No tiene garantizado un lugar. En su segundo intento por llegar al Mundial, empieza de suplente. Entra unos minutos en Bolivia y le da La Paz a Colombia. Ni eso le garantiza dejar el banco. Hasta que otro argentino se le presenta para convencerlo de lo que tiene. José Pékerman lo transforma.

Nada lo detiene. Se potencia de tal forma, que queda a 11 metros del sueño. Toma carrera y sólo una nube de abrazos y júbilo pueden derribarlo. Otra gesta. Es el primero que debe subirse al avión hacia Brasil, pero el tiquete ha quedado abierto desde el pasado miércoles. Su rodilla traqueó y le puso puntos suspensivos a la ilusión. Al sueño de toda una vida.

Han pasado 25 años de la primera derrota de Falcao. Cuesta verlo caer de nuevo cuando es un ganador. Ahora empieza una carrera aún más importante. La recuperación es el único fin. El tiempo importa. La meta es Brasil-2014. Y así como en esa primera prueba con mamá Carmenza al otro lado de la raya, con atravesarla bastará.
 

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