Santa Marta DTCH

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viernes, 20 de diciembre de 2013

Los encantos de Santa Marta, la ciudad más antigua de Sudamérica


GONZALO GALARZA CERF.

En pocas horas, el ruido de las bocinas de los autos de las calles de Lima cambia por el sonido que produce el mar al chocar con las lanchas que lo habitan; dejamos los edificios de alturas cada vez más ambiciosas, como si el espacio habitable en la ciudad tuviese los días contados, por montañas alfombradas de vegetación que reposan abiertas bajo el sol costeño del Caribe colombiano; el cielo gris, pálido y cerrado cambia por uno celeste, vívido, cuyas nubes decoran este lugar llamado playa del Muerto. Hasta aquí descienden los indígenas tayronas de Sierra Nevada para enterrar –por segunda vez– a sus muertos. Si esta es la última morada del hombre, el paraíso existe. Y nosotros, tras tomar un vuelo comercial, hemos llegado.

TAN LEJOS, TAN CERCA

Hasta Dios, dicen los lugareños, es costeño. Quizá tengan razón si uno transita por la franja turística donde los hoteles cuatro estrellas como el Estelar Santamar, gozan de una playa privada, de mar tibio y sereno a pocos pasos de la habitación, o cuando uno vislumbra, a lo lejos, la Sierra Nevada, las únicas montañas con nieve tan cercanas (40 km) al mar; o decide dejar ese acogedor centro histórico para adentrarse en una zona bendecida: el Parque Nacional Natural Tayrona.

Llegar hasta la entrada del parque, motivo por el cual se puede creer con firmeza que Dios es costeño, toma 30 minutos en auto. Si uno deja de visitarlo no le cae ninguna maldición, pero si ve las imágenes de sus playas cristalinas, de arena blanca y mar turquesa, o si escucha a alguien que sí fue y comió pescado fresco con arroz con coco o langosta (solo hay una por día, tenerlo en cuenta al dudar), o buceó entre corales, entonces uno empezará a maldecir.

Y Dios, que es costeño, no quiere escuchar blasfemias. Por eso, hemos venido hasta el Tayrona, cuyas 11 bahías albergan 68 playas como la del Muerto, que también se la conoce como de los Antepasados o Cristal. El primer nombre se lo dieron los pescadores; el segundo, los indígenas y el tercero, el sector de turismo.
“Le decimos playa de Cristal para que no se den una mala impresión los turistas. Está en la bahía de Neguanje, tiene forma de útero, la madre. Aquí vienen a hacer pagos. Dicen los indígenas que si usted va a la naturaleza y tiene buenos pensamientos, esta lo va a retribuir. Por eso se habla de la energía”, dice Bella, la experimentada guía de la agencia de viajes Oro Verde, que ha sintetizado su extenso nombre con ese adjetivo y de paso, es piropeada cada tanto.

EN LA CIUDAD

Todo eso y más puede hacer en esta ciudad, considerada la más antigua de Sudamérica. Como pasear por la calle El Correo, que exhibe lo mejor de la arquitectura colonial conservada, ir a la escultura en honor al ‘Pibe’ Valderrama y sacarse una imagen imitando su pose de jugador cerebral y preciso con el balón, o pasar por la casa de su padre y beberse unas cervezas que vende él mismo, en el barrio de Pescadito, o ir a comer “los cebiches más frescos y baratos que a uno le dan poderes” a Donde Juancho (carrera Primera C con la 22); o Donde Chucho, restaurante de cebiches concurrido por personajes de la TV, o ir al mirador de Taganga, donde se ve esta playa de pescadores donde convergen lugareños, aficionados al buceo y mochileros, similar en onda a Máncora (una buena opción y a bajo costo), o ir a Rodadero, complejo turístico de 200 edificios de apartamentos de alquiler frente al mar, cuyas noches son siempre de vallenato en la orilla con aguardiente, o terminar en la discoteca Burukuka, que cuenta con el mejor mirador de la bahía.

BELLA DE DÍA Y DE NOCHE

La lista de lugares a visitar podría seguir engrosándose, tal como dice el lema: “Santa Marta, que lo tiene todo”. Si transita por sus calles, siempre acabará en el mar, en la bahía de Santa Marta (que, antes de construirse el Rodadero, era donde se bañaban los lugareños), al costado del parque Bolívar, como si siguiese el trayecto de los ríos de la ciudad que descienden de la Sierra Nevada, a 5.775 metros sobre nivel del mar, y van a parar al océano.

Pero Bella, además, recomienda las playas del Tayrona. En este inmenso parque hay unas rutas que suenan a expedición. Como las caminatas de dos horas que uno hace para desembocar, tras adentrarse en la selva y ver tanto monos, aves y aguas cristalinas, postales que han hecho de Santa Marta uno de los diez destinos con las mejores playas, según la página Smarter Travel. Cañaveral, Arrecife, Cabo San Juan de Guía, son playas donde se llega también a caballo (1 hora) y donde uno no quiere irse (las dos primeras cuentan con hospedajes). Como ahora, que estamos en la playa del Muerto o de los Antepasados o Cristal. Aunque podríamos estar en cualquiera.

Y por unas horas, todo lo que nos rodea nos hace borrar de la mente la vida en la ciudad, al menos, en una como Lima, pues Santa Marta sigue allí, llamándonos siempre.

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