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sábado, 6 de febrero de 2016

Entre el mar y la tierra, la película colombiana ganadora en Sundance

El paisaje de Ciénaga (Magdalena) es de una belleza que duele. Las olas que mueren al borde de la arena dorada con movimiento primitivo inspiran a la marcha, a irse o a volver, o las dos al mismo tiempo. La autopista derritiéndose bajo el sol. Luego, las casas, esas casas encima del mar. Palafitos azules, rojos, amarillos y verdes que detrás de su precaria realidad esconden el secreto de lo simple: lo maravilloso.

Esa imagen perforó la mente de Manolo Cruz, el actor bogotano que un día iba camino a Barranquilla y se detuvo ahí: entre el mar y la tierra. Ciénaga despertó los sentimientos nostálgicos y lacrimosos del pasado y las ansias repulsivas por el futuro. Estaba hastiado de los papeles frívolos y actuaciones pobres que había hecho. Cruz necesitaba perderse.

Hizo el guión de una película que retrata, de alguna manera, cómo se sentía: recluso en un cuerpo de actor, pero con pocos movimientos bestiales en su carrera, pocos desafíos. Con la meta cerca: actuar, pero con la imposibilidad de hacerlo: el mercado. Cruz escribió La ciénaga. Entre el mar y la tierra, una cinta que dirigiría Carlos del Castillo (su ópera prima) y produciría Robespierre Rodríguez.

“Un día vino Manolo con el guión de la película y me pidió que lo leyera. Muchas veces traen historias y proyectos para que uno los apoye, pero se quedan en lo mismo: narcos, drogas, guerrilla... Pero esto que traía Manolo era poderoso y simple. Era una excelente idea. Él lo tenía planeado como cortometraje, pero Vicky Hernández (coprotagonista de la película) y yo le dijimos que esa era una historia para un largometraje. Sólo bastaba darle algunos momentos para que se diera como película”, dice Carlos del Castillo, que está al lado de Robespierre Rodríguez, productor y director de fotografía de la cinta.

Ambos están sentados en un sillón negro de un estudio en Bogotá. La pared está cubierta por portadas de revista de moda, hay dos luces apuntando a un fondo blanco y cámaras encima de trípodes negros.

“Normalmente, para un rodaje se tiene un cálculo de diez imprevistos. El nuestro tuvo por lo menos 60. Desde meterle diésel a una camioneta de gasolina —el único carro que teníamos para transportar los equipos—, hasta terminar todos, sin excepción, en el hospital: intoxicados, picados por moscos, deshidratados. Fue un rodaje extremo”, señala Rodríguez.

A la idea de Cruz se unió Vicky Hernández. “Manolo no se imaginaba otra persona encarnando el papel de Rosa, la mamá del protagonista. Teníamos nuestras dudas porque Vicky había salido recientemente de una serie de cirugías y la locación de la película era en un ambiente agreste”, dice Castillo.

La ciénaga. Entre el mar y la tierra narra la historia de Alberto Navarro, que vive en la Ciénaga Grande de Santa Marta, una zona deprimida económicamente en la región Caribe colombiana, donde ha tenido que aprender a vivir encerrado en un cuerpo que no acepta órdenes, consecuencia del padecimiento de distonía, una enfermedad que, aparte de bloquear su capacidad de movimiento autónomo, lo mantiene conectado tiempo completo a un respirador artificial, frustrando su sueño de ir al mar que está cruzando la carretera, a sólo 300 metros de su casa.

La película fue hecha con US$40.000, un monto que para un largometraje suele quedarse corto. “Había una premisa: no hay plata. Manolo se acercaba a todos y nos decía: ‘Tendrás tus tres comidas diarias, un hotel y viajarás en avión, pero no esperes recibir $60 millones por esto’. Así fue. Hicimos en 23 días lo que se hace en 60. Había muchos momentos en los que Carlos (director) sólo podía hacer una toma de una escena, sólo una”. Robespierre Rodríguez fue el encargado de crear el ambiente lumínico de la cinta. Un contraste permanente, como las obras de Rembrandt.

Del Castillo se acomoda en la silla. Se queda en silencio un momento y comienza: “¿Qué puedo decir acerca del apoyo? No sé. Acá nos unimos las personas que creemos en las buenas ideas. Yo hago más que nada cortos y videoclips, tengo una empresa. Robespierre también tiene una que se dedica a alquilar equipos y producir y filmes. Manolo tenía los contactos actorales. Fue una unión por el amor a este oficio. Recuerdo que todos sentíamos que necesitábamos más tiempo. Manolo fue a todas las aerolíneas para que nos ayudaran porque ya teníamos los tiquetes comprados de toda la producción. Ninguna nos ayudó. Sin embargo, prefiero la forma como se hicieron las cosas: una gran historia con bajo presupuesto siempre será mejor que una mala historia llena de malabares de producción, pura basura visual”.

Ganadora en Sundance

Este año se presentaron 12.793 propuestas, entre cortometrajes, películas y animaciones, al Festival de Cine de Sundance (Park City, Utah), uno de los más importantes por la diversidad de distribuidores, ponentes y películas de todo el mundo.

“El hecho de estar seleccionados ya era una ganancia increíble. Imagínate, estar en competencia con películas que costaron más de US$9 millones. Cuando decíamos que la nuestra había costado US$40.000 se quedaban quietos: ‘Really?’. Con US$40.000 ellos compraban el refrigerio de un día”. Cuenta Castillo de su experiencia en Sundance.

Vino el premio. La ciénaga. Entre el mar y la tierra recibió el galardón del público a la mejor película de ficción internacional, así como el premio del jurado para sus actores Vicky Hernández y Manolo Cruz, gracias a una historia que muestra el amor incondicional de una madre por su hijo. Vinieron (ahora sí) los aplausos.

Fuente: El Espectador

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