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jueves, 28 de enero de 2016

Danza del Garabato expresión folclórica de Ciénaga (Magdalena)



Quizás lo logró, pero de ello no hay testimonios. Donde sí existen relatos de la gesta es en Barranquilla, donde no se dejaron ganar la partida de la ganchúa , a la que derrotaron a punta de tambor, guacharaca y quites armoniosos. Así ha perdurado en el tiempo.

Del garabato se sabe que se trata de una expresión folclórica negra trasladada desde Ciénaga (Magdalena) durante la segunda mitad del siglo pasado. La danza es de la misma familia del Torito y del Congo, y en ella se escenifica, con ironía y sarcasmo, la lucha entre la vida y la muerte.

Con la danza, los negros esclavos de las bananeras no sólo se burlaban de sus amos, sino de su propia desgracia, de la naturaleza, del trabajo, de los dioses, de la muerte, y en fin, de todo lo encontraban a su paso.

Al final de cada cosecha, cuando los amos les regalaban un día de descanso, los esclavos en medio de la fiesta --generalmente de la Candelaria-- representaban su mundo de infortunio, animándose con tambores y bailes rituales.

Sin fecha de llegada de la danza

Oscar Fernández guarda con recelo unos amarillentos papeles, en un folder a punto de deshacerse, de lo que podría ser una aproximación histórica al origen de la danza en Barranquilla.

Reseña que El Garabato llegó desde Ciénaga. ¿Quién, o quiénes lo trasladaron?, es un interrogante sin repuesta. Ni en los libros de la antropóloga Nina Friedman, quizás los más completos en esta materia, se aclara la historia. Se presumen que sus gestores fueron andariegos animadores de festines populares.

Fernández, al igual que Humberto Pernet, y los licenciados en Ciencias Sociales Martín Orozco Cantillo y Rafael Soto Mazenett, coinciden en que la danza se bailó en Barranquilla por primera vez en el barrio Rebolo, durante la segunda mitad del siglo pasado. 1861 es el año que cita Fernández.

A principios de siglo, Sebastián Mesura revivió el entusiasmo por la danza, en el mismo barrio, labor que a partir de 1929 asumió con honor José Terán Mesa, quien en cada Carnaval recorría las arenosas calles de los barrios populares de la ciudad hasta llegar al Paseo Bolívar, lugar de concentración de danzas y disfraces, cerca al Club Barranquilla.

Terán era un hombre extrovertido, según lo describe Alfonso Fontalvo, que según Pernet conoció al personaje, cuya vida perdió en una riña, el sábado de Carnaval de 1947.

Muchos pensaron que con la muerte de Terán moriría también El Garabato, pero desde el año siguiente, y hasta 1951, Casto De la Hoz se vistió de garabatero . Le sucedió el tamborero, guacharaquero y verseador de la danza, Adolfo Villalba.

Danza de multitudes

Mientras ese relevo generacional sucedía, cuenta Oscar Fernández, don Luis Vives Polanco y doña Soledad Román de Vives, en 1937, habían motivado a un grupo de jóvenes pertenecientes a los clubes sociales de la ciudad para que bailaran garabato en las festividades carnestoléndicas.

De ese grupo juvenil hacía parte Emiliano Vengoechea Diazgranados, quién se dejó atrapar por el mítico ritual, habló con Villalba y decidió adoptar la danza. Nina Friedman escribe que Villalba se la vendió a Vengoechea, apreciación que no es compartida por Fernández.

Desde entonces, los Vengoechea se convirtieron en una tradicional familia garabatera y la danza se perpetuó en el Country Club. Don Emiliano estuvo al frente de la danza hasta 1990, cuando falleció; luego la asumieron sus hijos Ricardo, hasta el 97, y Luis Fernando, que sigue la tradición.

Con los Vengoechea, El Garabato sufrió un giro de clases y comenzó a ser visto como la danza de los ricos, según algunos folcloristas.

Hay una cuestión social y es que se cree que la danza pertenece a los clubes sociales grandes.

Lo de danza arribista, de acuerdo con las opiniones de Fernández y Pernet, podría estar en los costos de los vestidos y sus aditamentos -entre 350 mil a 2 millones de pesos para la pareja de danzarines-. Prima la capa, que por ser el máximo símbolo de El Garabato, exige más esmero en su elaboración, y, por ende, su valor es mayor en cada fiesta.

A paso de marcha

En la lucha que libran la vida y la muerte en la danza del Garabato, al principio, solo participaban hombres, y era animada por el purrum-pum-pum de un tambor alegre, y el rasca-rasca, de la guacharaca. Luego, a comienzos de este siglo, con las mujeres, se adapta una tambora o millo.

Sobre si lo que se baila es chandé, pajarito o propiamente garabato, divergen Oscar Fernández y Humberto Pernet. Para el primero es garabato por el sonido del tambor; mientras que el segundo asegura que es chandé, por ser un ritmo propio de los negros africanos, raíces de la danza.

Con el ritmo marcado, los participantes siguen las instrucciones de un caporal, que se distingue del grupo por el color de sus medias amarillas, para hacer los movimientos propios de la danza, como caracoles, culebras, abanicos, túneles o el movimiento de las olas. El baile sigue paso de marcha.

Además del caporal, está la figura del presidente, más bien representativa de la danza, quien lleva medias rojas. En el Garabato del Country Club se adoptó el coordinador, de medias verdes.

El maquillaje del rostro con blanco y los puntos rojos en las mejillas, que reflejan a la muerte y la vida, es solo en los hombres. 
Pernet dice que antes en el Garabato participaba un diablo, pero luego de un conversatorio con la investigadora Mirta Buelvas, decidieron eliminarlo.

Buelvas les explicó que en los negros el diablo era visto como dios bueno y señaló que incluir fauna --tigres, leones, burros, perros, elefantes y otros animales-- es potestativo de cada grupo, pues es un elemento propio de las danzas.

El Garabato es un coqueteo entre la pareja, hasta que aparece la muerte a querer dañarlo, y le sale tiro por la culata , porque el varón con su bastón de mano --el garabato pintado de blanco y adornado con cintas de colores-- le gana la partida, demostrando así la perpetuidad de su orgullo.

Álvaro Oviedo C.
Archivos El Tiempo

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