Santa Marta DTCH

.

domingo, 8 de noviembre de 2015

SANTA MARTA El Caribe más salvaje



Poco a poco esta ciudad caribeña -hasta ahora esencialmente famosa por sus playas cercanas- se hace conocida también como destino de naturaleza. Las razones están a la vista: desde el famoso Parque Tayrona hasta la enorme biodiversidad de la Sierra Nevada, la cuna del vallenato y del Pibe Valderrama apuesta en verde por esos visitantes que buscan el mejor café orgánico y alojamientos de espíritu rústico a orillas del mar. Aquí, tres cosas que hay que saber. 

Uno. El futuro de Sierra Nevada

El calor es cosa seria en Santa Marta. Ya lo saben: norte de Colombia; Caribe; 28 grados promedio todo el santo año; humedad que suele rondar el 90 por ciento. Es decir: un pequeño infierno. O un paraíso. Todo depende de cómo se mire. Pero hay una alternativa: Sierra Nevada. La montaña más alta de Colombia, con 5.775 metros, picos nevados (aunque casi no se ven), tribus indígenas en sus dominios, plantaciones de café, cientos de aves y otros tipos de bichos. Y, lo mejor, a solo 42 kilómetros del mar.

Es decir, cuando el calor quema en Santa Marta -la tierra del vallenato; la cuna de Carlos "El Pibe" Valderrama- basta subir a un auto, a una moto o a una chiva -como los colombianos llaman a las micros- para llegar a uno de los lugares más sorprendentes del Caribe, de temperatura más agradable -digamos que corre una brisa fresca, por la altura- y que, poco a poco, comienza a abrir sus ojos al turismo.

Hace unos 15 años andar por estos territorios era nada recomendable. Las FARC y los grupos paramilitares eran dueños del lugar y asolaban a sus poblados -en su mayoría de campesinos- con todo tipo de actos violentos. Pero hoy la zona vive un continuo proceso de paz y, así, la Sierra Nevada de Santa Marta ya es un lugar al que se puede venir. De hecho, es una de las excursiones favoritas de los cruceros que cada vez más están haciendo escala en la ciudad, y en la zona está surgiendo una serie de emprendimientos que en los próximos meses debieran dar que hablar.

Quizás el mayor tesoro de la Sierra Nevada, más allá de la brisa fresca, tiene que ver con su valor ecológico: hace dos años, un estudio publicado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) concluyó que este era el entorno natural más irreemplazable del mundo por el valor de sus especies amenazadas. Un dato que se apoya, por ejemplo, en la gran cantidad de aves que existe en el lugar: se han registrados 635 especies, 36 de las cuales son endémicas como el hojarasquero de Santa Marta, el gorrión montés colombiano o el inca coliblanco, entre muchos otros. Para comparar: en todo Chile hay unas 460 especies. Y la Sierra Nevada es solo una pequeña parte de Colombia.

Si uno está en Santa Marta, puede ir por el día al sector de Minca, a una hora en auto cerro arriba. En un entorno rural, este pueblo es el punto de partida para explorar la zona cafetera de la Sierra Nevada, donde se producen varios de los mejores granos del país. Claro que llegar hasta aquí no es tan fácil: el camino está en malas condiciones. Por eso, lo mejor es gestionar alguno de los jeeps Land Rover que hay en el pueblo y así capear los hoyos y socavones para meterse entre las nubes y el paisaje profundamente verde de la montaña.

Un buen lugar para conocer desde Minca es la hacienda La Victoria, una de las granjas cafeteras más antiguas de la zona: fue fundada por inmigrantes en 1892 y todavía funciona con la maquinaria inglesa original, traída hace 120 años a lomo de mula. "La producción de café por sí sola ya no está siendo rentable", dice Claudia Weber, quien maneja, con su marido Micky, esta empresa familiar y supervisa que todo se elabore de forma cien por ciento natural, como siempre se ha hecho. "Con las cáscaras del café alimentamos lombrices que transforman toda la materia orgánica en humus, una tierra muy buena que usamos en la renovación de los cafetales. Hoy tenemos aproximadamente 900 mil plantas de café y lo que producimos lo vendemos a exportadores".

La Victoria es en rigor un reserva forestal privada de 700 hectáreas donde, además de ver cómo se produce el café (lo ideal es entre noviembre y febrero, durante la cosecha), se pueden realizar circuitos de avistamiento de aves y caminatas hacia cascadas escondidas en medio de la selva. Porque -como decía Claudia Weber- el café por sí solo ya no rinde.

Por eso, en este mismo lugar y asociados a La Victoria por estos días se construyen dos proyectos hoteleros que debieran estar funcionando en la primera mitad de 2016: uno se llamará Samsara, un alojamiento boutique manejado por un grupo de jóvenes franceses que se enamoraron del lugar y entendieron que esta salvaje y desconocida montaña es una auténtica joya en bruto; y el otro es Naturalia, un campamento de lujo cuyo fundador vivió y trabajó años en Tanzania y ahora pretende trasladar el concepto de glamping a este trozo de selva donde ya no se escuchan tiros, sino más bien el suave canto de aves y arroyos cristalinos (Naturalia.co).

Dos. El presente de Tayrona

Por lejos la mayor atracción turística de Santa Marta, el Parque Nacional Tayrona es también el sitio natural más visitado de Colombia después de las islas del Rosario, en Cartagena de Indias. Alrededor de 300 mil personas por año que no son solo una cifra, sino que más bien una advertencia: si planea venir a este lugar -y disfrutarlo-, no lo haga en el momento peak, entre diciembre y febrero, cuando sus senderos de trekking y sus playas y sus campings y sus hoteles ecológicos literalmente se repletan. Venga mejor en junio o julio, cuando no llueve, o en los meses intermedios.

Antiguo paraíso de hippies y amantes de la vida natural, el mito dice que casi toda la marihuana que se fumó en Woodstock salió de este lugar y que la que permaneció fue consumida por los gringos que llegaron a partir de 1964, año en que se creó el parque.

Tayrona debe su nombre a la cultura indígena que habitó esta región, de la que todavía quedan algunos vestigios arqueológicos y unos pocos descendientes que están allí más para la foto que para otra cosa. Las playas de Tayrona -como La Piscina o Playa Cristal, consideradas entre las más lindas de Colombia- son ciertamente de postal y la mejor excusa para venir aquí y desafiar el agobiante calor y humedad que se siente en sus senderos. Porque Tayrona es eso: una curiosa mezcla de trekking y playas, en un entorno selvático donde, dicen los datos duros, viven 108 especies de mamíferos, 300 de aves, 31 de reptiles -entre ellas, culebras venenosas-, 15 de anfibios, 110 de corales y 401 de peces, entre otros animales.

El sendero más popular es el que une la entrada principal de Zaino -a 31 kilómetros de Santa Marta- con la playa de Cabo San Juan, pasando por el sector de Cañaveral (donde están las Ecohabs, las mejores y más sofisticadas cabañas para alojarse en el parque), Arrecifes (otro buen lugar para alojar dentro del parque), Arenilla y La Piscina. Son 6,2 kilómetros que se recorren en unas cuatro horas ida y vuelta, con calurosos tramos de selva y arena, subidas, bajadas unidas por pasarelas de madera y miradores, todo muy bien indicado. Hace unos años solo había un sendero para llegar a Cabo San Juan, que era utilizado tanto por caminantes como por caballos, pero ahora las rutas se diferenciaron y se puede avanzar por caminos en bastante mejor estado.

El trayecto, en definitiva, resulta una entretenida aventura por la selva donde se ven algunos monos tití colgando de ramas, muchas mariposas de colores y, de cuando en cuando, idílicas franjas de arena blanca y mar turquesa que conforman esa postal tan clásica como irresistible. Lamentablemente, uno no se puede bañar en todas, por las fuertes corrientes y lo abrupto de su fondo (hay letreros que lo advierten). Pero, como sea, en cada sector del parque hay puestos donde venden jugos naturales o la infaltable cerveza Águila que, bien helada, puede ser el mejor alivio para el incesante calor. Un último dato: el parque acaba de renovar su concesión para la empresa que lo administra -Aviatur- y, a petición de las comunidades indígenas de la zona, permanecerá cerrado hasta el 30 de noviembre de este año. ¿La razón? Según dijeron a la prensa, para realizar "trabajos espirituales y materiales" y para que "la naturaleza entre en equilibrio".

La constante llegada de turistas, la sequía del último año y la alta probabilidad de incendios en la zona han afectado el ecosistema de Tayrona y, por estos días, es tema de debate y polémica entre las autoridades de Santa Marta.

Tres. El pasado de La Guajira

Aunque en rigor no forma parte de Santa Marta (está en el departamento vecino), La Guajira es otro de los atractivos verdes de esta zona. Palomino, uno de sus puntos turísticos principales, ubicado a la entrada de esta península que llega al extremo norte del continente sudamericano, está a solo una hora y media de distancia en auto, y también a los pies de la Sierra Nevada. Es decir: en Palomino hay una playa tibia, ríos cristalinos y exuberante vegetación selvática en la montaña (otras partes de La Guajira, como Cabo de la Vela o Punta Gallina, son sobre todo desierto). Hay aves y reptiles. Y, para tenerlo muy en cuenta, también hay cientos de miles de mosquitos que salen sobre todo después de un día de lluvia y parecen ser insaciables de sangre, sobre todo si esta pertenece a viajeros no embadurnados con el mejor de los repelentes.

Que los mosquitos sean tema habla bien de este lugar. Hace 15 años, tal como en la Sierra Nevada de Santa Marta, La Guajira también estaba tomada por grupos paramilitares. Así que el tema del que había que preocuparse, claramente, era otro. "Esta era una zona donde no venían colombianos ni extranjeros porque nadie se atrevía: los paramilitares aparecían en la carretera y bajaban a la gente de los buses", dice Luisa Bustamante, que hace tres meses se vino desde Bogotá para administrar la Reserva El Matuy, un parque de 19 hectáreas en Palomino donde funcionan unas rústicas cabañas de madera, techo de palma y hamacas frente al mar, sin luz eléctrica (para alumbrarse en la noche se usan velas), cuyo objetivo es mantener la esencia del lugar: esto es, que todo sea lo más natural, rústico y "verde" posible. "Pero las cosas comenzaron a cambiar con la política del Presidente (Álvaro) Uribe, que movilizó al ejército en todas las zonas conflictivas de Colombia. Y también con la propia desmovilización de los grupos par
amilitares. Curiosamente, el primero que lo hizo fue el de Palomino".

Con el riesgo y la violencia en el pasado, el turismo comenzó a llegar lentamente a este lugar. Sitios como la Reserva El Matuy -y otros hoteles ecológicos que hay en la zona- aparecieron en Lonely Planet, en TripAdvisor. Y así, lentamente, Palomino surgió como destino en La Guajira, de la mano de cabalgatas en la playa, avistamiento de aves, kayak por los ríos de la Sierra Nevada y trekkings hacia aldeas indígenas perdidas en la montaña. Claro que siempre en su estilo: sin lujos ni sofisticaciones.

El pueblo está alineado en torno a una calurosa y somnolienta carretera -la 90-, la luz eléctrica se corta de tanto en tanto, el vallenato hace retumbar los parlantes de los autos y camiones destartalados, y entre las actividades económicas principales todavía se cuenta la pesca artesanal, que aquí se realiza de una forma muy particular: en vez de salir a navegar, los pescadores lanzan una red al mar con carnadas, la dejan flotando unas horas y luego entre varios la tiran de vuelta hacia la arena. Si todo anduvo bien, esa red tendrá varios kilos de robalos, rayas y langostinos, entre otras especies.

Tal como esta tibia tarde de octubre. Desde El Matuy hemos salido a caballo por la playa de Palomino para conocer los dos ríos que la circundan: el San Fernando hacia el este y el Palomino hacia el oeste. A mitad de camino encontramos a un grupo de pescadores que lleva varios minutos tirando de una cuerda que sale lentamente del mar. El sol empieza a esconderse sobre La Guajira, mientras un manto de nubes vaporosas cubre las verdes laderas de la Sierra Nevada, que vigila siempre de fondo.

La red trae novedades: varios kilos de peces que se repartirán entre los niños, jóvenes, hombres y ancianos que los sacaron a tirones con sus manos. Unos metros más allá, las velas de la Reserva El Matuy comienzan a encenderse e iluminar tenuemente las palmeras, que se mecen con el viento del Caribe. Los caballos inician su lento regreso sobre la arena. Los mosquitos vuelven a atacar sin piedad. Es la naturaleza pura y salvaje de esta parte de Colombia. Simple como un buen café, sin azúcar ni sacarina.



Texto: Sebastián Montalva Wainer.
Reportaje
El Mercurio

Compartir

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More