Van nueve documentales desde que Amado Villafaña descubrió que la fotografía y el cine son una herramienta para defender la supervivencia de la madre tierra y de los indígenas arhuacos. Gracias a hombres blancos que han visitado la Sierra Nevada de Santa Marta, “hermanos menores con cámara en mano”, advirtió que a través de esos aparatos podía hacer memoria de su cultura y denunciar las amenazas que no cesan. Para ello usó el sistema de negociación que entre ellos impera de huerta en huerta: el trueque. Usted toma imágenes de nuestro territorio pero nos enseña de fotografía, acordó con el fotógrafo estadounidense Stephen Ferry.
Esta es la explicación de por qué las celosas autoridades indígenas permitieron que en Nabusímake, su milenaria capital espiritual, “el centro del mundo”, el movimiento Ambulante Colombia instalara un proyector y un gran telón para estrenar la misma noche, ante su pueblo y una veintena de invitados, el documental Naboba, dirigido por él, y la película Magia Salvaje, coproducción del Grupo Éxito y la Fundación Ecoplanet.
Ocurrió el pasado domingo 6 de septiembre. Más de 500 nativos, sus mujeres e hijos, representantes de la nación de los 47 mil arhuacos, fueron convocados por los mamos ya no sólo para ver que ellos son capaces de hacer cine, sino para verse por primera vez en pantalla gigante y para admirar la naturaleza colombiana más allá del horizonte conocido.
Los invitados llegaron luego de cuatro horas de travesía en camperos 4X4, las únicas máquinas capaces de enfrentar la carretera agrietada y los abismos entre Pueblo Bello, departamento de Cesar, y las cumbres “donde nace el sol”. Hablaron sobre la aventura, la destreza de los choferes arhuacos y la belleza de un caserío en el que el tiempo parece detenido una vez expulsaron a los curas capuchinos que quisieron convertirlos al catolicismo.
Los indígenas guardaron silencio y reflexión, como piden sus dioses para los días más importantes. Concentrados en las piedras, en las normas allí escritas e interpretadas por los mamos como guía vital. Prepararon papas, arroz, carne y aguapanela para los visitantes. Entrada la tarde se reunieron en la casa principal, donde toman las decisiones en consenso. Amado invitó a cineastas, empresarios y periodistas a presentarse ante el pleno. Luego lo hicieron los hombres del cabildo central frente a pendones que denuncian los antiguos orfelinatos católicos como técnica de evangelización. “Somos parte de este país. Una cultura diferente pero dispuesta a dialogar y compartir en una relación de respeto”. Les dieron voz a las mujeres, “la base del universo”, varias con bebés acunados en la espalda, todas tejiendo mochilas sin parar. Seidi, que significa “madre de la tierra”, que ha vivido fuera y que se enamoró de un blanco pero prefirió volver a sus raíces, habla por ellas como si profetizara: “Por alguna razón están aquí. Tenían que llegar para llevar el mensaje a los hermanos menores. Somos una cultura viva, no sólo estamos en los museos. Todos somos iguales y responsables del cuidado físico y espiritual del planeta”.
Amado consultó a los guías espirituales y redondeó las ideas. Con genuina modestia admitió: “No dominamos este mundo audiovisual que dominan ustedes, pero estamos aprendiendo de él”. Los forasteros estaban a punto de ver cuánto han avanzado en grabar su forma de interpretar el mundo a través de imágenes y sonidos, pero antes había que ir a la orilla de los sembrados a ofrecer pagamento por lo que iba a suceder, por los favores recibidos.
Descalzos y en círculo, arhuacos y blancos se repartieron capullos de algodón recién cosechado para dividirlos en copitos a izquierda y derecha, en busca simbólica del equilibrio, entre lo que se recibe y lo que se da. “En forma de monedas. Es plata en retribución a la madre naturaleza. Así como cuando pagan la luz y el agua, sin ser de ustedes. Esto si va a la dueña”.
Llegó la noche y la llovizna. Los invitados encendieron linternas y buscaron refugio mientras los arhuacos permanecieron sentados en el empedrado hasta que el cine iluminó las caras de niños asombrados, de tejedoras a la luz y en la oscuridad; las cabezas masculinas con gorros blancos que representan los picos elevados de la Sierra. La película de Amado y su equipo es el viaje de él y de sabios locales desde Nabusímake hasta 4.850 metros de altura para llevar pagamentos. El ruego ferviente para que la nieve antes perpetua no se extinga y el agua no falte por el calentamiento global. “Cuando esa sangre deje de circular por las venas del planeta, será el fin”. Un viaje épico a pie y a lomo de mula, monte arriba por la cuenca del río Aracataca, atravesando arroyos caudalosos hasta Naboba, la laguna sagrada que da nombre al documental.
Los blancos aplaudieron cuando los caminantes arhuacos terminan el viaje en playas del mar Caribe, en la desembocadura de los ríos. El mutismo de los anfitriones se rompió con las risas de los arhuacos identificándose unos a otros en la proyección. Siguió la película Magia Salvaje, hecha con tecnología de última generación: cámaras y micrófonos ultrasensibles que grabaron desde el aire, la tierra y bajo el agua de océanos y ríos el mayor documento registrado de la biodiversidad de Colombia. Puede ser visto desde el 10 de septiembre en todas las salas de cine del país.
Todos quedaron asombrados con postales inéditas de la fauna nacional: una lucha de colibríes entre heliconias, la rana más venenosa, el amancebamiento de cocodrilos del Orinoco, una pareja de monos tití rojizos del Caquetá con las colas entrelazadas y su cría en medio, el sobrevuelo del multicolor río Caño Cristales y de Ciudad Perdida, otro centro espiritual de la Sierra.
Amado y los demás cineastas locales, que ahora viajan a ciudades colombianas, incluso europeas, a exponer sus fotografías y videos, se mostraron interesados en los drones. Mientras mezclaban la hoja de coca macerada y la cal en sus poporos, preguntaron, conversaron y hasta dijeron: “puede ser un capricho que genere dependencia”. Austeros, apenas usan luz eléctrica, no hay televisión ni radio y sólo los líderes cargan teléfono celular. A las 10:30 de la noche regresaron felices a sus bohíos. Amado, con el foco de las luces de los periodistas iluminando el rostro cobrizo y el amarillo del mambeo pintado en la boca insistió: “El cambio de actitud de ustedes hacia la naturaleza es lo único que garantiza que nuestros hijos y nietos sobrevivan en la madre tierra”.
Antes de despedirse, Seiningumu (“el que nació en la noche”) Torres Conrado, de 30 años de edad y politólogo de la Universidad Nacional, dijo que iba a descansar porque había que madrugar con el sol para enfrentarse a lo que llamó “la otra película” de los arhuacos, no la de la realidad medioambiental sino la de supervivientes en medio del fuego cruzado de las guerras de este país. Lo respaldó Amado: “Soportamos la época de la violencia, luego la de la marihuana, la de los grupos armados y ahora la amenaza disfraza llamada ecoturismo”. Seidi habló del temor de invasión a su territorio. Más ahora porque después de 17 años de creado el municipio de Pueblo Bello, por primera vez un arhuaco, el administrador de empresas Saúl Mindiola, es candidato a la alcaldía y si todos los indígenas votan por él será el mandatario regional por encima de la codicia de os partidos políticos tradicionales. Lo harán como último recurso de protección y, aún ssí, “hay mucha desconfianza por lo que pueda suceder” así estén protegidos por la ley. Hermanos de sangre fueron asesinados, desprotegidos por el Estado. Seiningumu dijo que ellos tienen la misión de establecer una relación más eficaz con las instituciones. “Así nos subvaloren y nos miren mal estamos listos para gobernar”. Una película con final abierto.
Fuente: El Espectador