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miércoles, 8 de enero de 2014

Edgar Orellano, un personaje versado de las fiestas del Caimán cienaguero


En la vivienda de Édgar Salvador Orellano Perea, en Ciénaga (Magdalena), se hacen los caimanes del festival Nacional del Caimán cienaguero, hechos de alambre y papel. Su casa es una fábrica de estos animales y el centro de ensayo de la danza del Caimán Currucuchú, que él fundó en 1985 y conserva la tradición que dio origen a  estas fiestas Cienagueras, que cada enero prende la alegría de todo un pueblo.

A sus 52 años, Orellano dirige desde su silla de ruedas los movimientos de 20 hombres que bailan en parejas, la mitad, disfrazados de mujeres, y al 'caimanero' (el encargado de darle vida a la figura del caimán), para rememorar la leyenda de Tomasita, la hija de un pescador que fue devorada por un caimán. Aunque hace 19 años quedó discapacitado, continúa gozándose el festival a su manera: impulsando a los bailarines del Caimán Currucuchú para que no dejen morir la tradición. "Ha sido duro porque somos puros hombres y hay que tener carácter. A veces me toca ponerlos a raya a pesar de mi limitación", cuenta. Cuando debutaron en el festival su coreografía era muy pobre, pero aún así lograron echarse al público al bolsillo por su gracia al bailar. Y es que el propósito del Caimán Currucuchú no solo era deleitar a la gente con movimientos rítmicos, sino sacarles risas con sus imitaciones de los ademanes femeninos e ingeniosos pasos de baile "A la gente le gustó mucho porque es una danza show", afirma. 

Para Orellano, sin duda, este es el mes más alegre. Así lo demuestran sus versos: 
¿Qué le pasa a los presentes?
Noto que hay gente aburrida
Véame a mí en silla de ruedas
Y ando alegre de la vida...

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