Aunque nuestro Día del Padre no es tan promocionado ni festejado como el de las madres, la mayor recompensa en este lindo domingo de junio es recibir ese abrazo lleno de amor de nuestros hijos, y a su vez nosotros dárselo a nuestros queridos padres, abuelos, hermanos que a su vez son padres.
En estos tiempos modernos que existen escuelas para padres y tantos artículos de orientación que nos aseguran cómo ser buenos padres, no tengo dudas de que cada uno de nosotros al momento de serlo, nos encontramos entre la alegría, el nerviosismo, el desconcierto de cómo es ser padre por primera vez, y cómo afrontar la nueva responsabilidad. Es cierto que en tiempos de juventud de nuestros padres no existía nada de eso, ni siquiera en los colegios había departamentos de orientación, pero ellos nos supieron criar aprendiendo cada día, y ayudados por nuestras madres. No es menos cierto que los niños de antes eran más obedientes, pero los de ahora nacen revolucionados y nosotros padres modernos del siglo XXI entre el estrés del trabajo, jefes ogros, clientes maleducados, tráfico insoportable, la preocupación de cubrir el presupuesto mensual, aguantar a Correa con sus enlaces interminables...; lidiamos también con los hijos, sus inquietudes, necesidades, travesuras. Aunque apenas soy padre de dos nenas, cada día de mi vida desde sus nacimientos, ha sido un desafío, y cada final del día tengo mi recompensa: calurosos abrazos y besos que me elevan al cielo, y las voces tiernas que me dicen “te amo pa”. Para estas pequeñas soy su héroe, y para mí, mi héroe es mi padre.